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La vida interior y la edad

Hay unos años en los que todo se cuenta: en el colegio e instituto convives diariamente con tus amigas y amigos y no hay detalle que se te pase por la cabeza y que no lo cuentes.

En mi caso, a esta etapa, siguió una más intensa aún: el colegio mayor. Una mezcla entre campamento de verano, gran hermano, nueva ciudad y experiencias, que hacen que la gente con la que convives se conviertan en extensiones de tu misma persona y, por supuesto, les cuentas cada chorrada que se te pasa por la cabeza.

Luego llega la convivencia en pisos compartidos. El círculo se achica, generalmente, pero las personas con las que convives, que se convierten en familia, siguen conociendo cada historia que te ocurre y cada locura que se te pasa por la cabeza.

Después seguimos haciéndonos mayores, nos vamos a vivir solos o en pareja (o pasamos las dos etapas) y, por norma general, todo lo que se nos pasa por la cabeza, empieza a quedarse en nuestras cabezas. La vida se complica, el día a día más, ver a algunos de tus compañeros, extensiones y «nuevos familiares» a solas, sin anexos, sin parejas, sin hijos, se hace una utopía.

La vida interior crece y nos hacemos mayores, ¿o es al revés?

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