El puente de la Constitución siempre me ha parecido como un ensayo de la Navidad que se acerca. Es un fin de semana generalmente largo (depende del año) en el que en la mayoría de las casas de aprovecha para poner la decoración navideña y, en las calles, las masas están comprando regalos.
Cada vez me encuentro con más gente que «odia» la Navidad. Yo entiendo que hay cosas desagradables, como no poder atravesar ciertas calles de la ciudad por las hordas compradoras, pero me encanta la Navidad. A lo mejor es porque llevo diez años viviendo fuera de casa y Navidad supone volver a casa, muchas comidas y cenas familiares, con sus correspondientes sobremesas y, aunque ha habido años «horribilis» en fechas navideñas con malas noticias, los que seguimos nos seguimos reuniendo y celebrando que estamos juntos.
Para mi no tiene significado religioso, pero me encanta esa oportunidad (como otras muchas que hay al año pero más puntualmente) de estar con la gente que quiero.
Además, con el frío que hace en la calle, me gusta disfrutar del sofá, de aprovechar para jugar a las cocinillas, de jugar a juegos de mesa, de tomar infusiones riquísimas con canela. Me gusta la Navidad.