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Ay, Madrid…

Hay canciones y olores capaces de transportarte a un momento y un sentimiento tan vivo, que da hasta miedo lo real que parece. A veces, también ocurre con los lugares. Al menos, a mi me pasa en Madrid.

Empieza el descenso del avión y parece que, como describen en las películas los momentos antes de la muerte, pasaran ante mis ojos millones de experiencias y emociones que he vivido aquí (ahora estoy aquí).

Esto no te ocurre cuando vives en un sitio. Cuando vives en un sitio, simplemente, sigues viviendo.

Pero cuando, después de 12 años creciendo en Madrid y tras 3 de regreso en mi isla, vuelvo aquí, cada visita parece un psicoanálisis intensivo. Ojo, no en plan traumático y pasándolo mal, sino como una observación de cómo era, con quién estaba, qué viví y cómo soy ahora, dónde estoy, qué quiero hacer… Observando sin juzgar, eh.

Cada barrio, muchas calles, algunos edificios e infinitos bares… todos tienen alguna historia que se me pasa por la cabeza cuando paseo. Como si estuviera pasando diapositivas a toda velocidad y reviviendo los sentimientos de entonces. Y, también como en las películas, me imagino esa vida paralela… ¿qué hubiera pasado si me hubiera quedado aquí?, ¿cómo sería ahora mi vida?

La conclusión siempre es que mi decisión fue buena y ahora soy más feliz. Pero, cada vez que aterrizo, un pequeño interrogante, mezclado con algo de melancolía (pero de la positiva, de la de recuerdos entrañables), aparece.

Ay, Madrid…

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